Darnos de librazos

En días recientes se ha desatado en nuestro país literalmente una guerra de librazos. Sobre todo, en las redes sociales, donde abundan disparos más ideológicos que didácticos, más de ira y rencor que de madurez de pensamiento. El tono ha ido in crescendo: los que atacan inmisericordemente a los autores de los libros, exhibiendo sus fallas, encarnizándose con el responsable, el tristemente célebre Marx Arriaga más por su infortunada frase de “leer por goce es un acto individualista”, que por su desempeño actual como director de Materiales Educativos de la Secretaría de Educación Pública, más la exagerada campaña negra hacia los libros que casi nadie ha podido revisar con ojo crítico, por parte de la Unión Nacional de Padres de Familia que presentó un juicio de amparo para evitar la entrega de los libros de texto en las escuelas públicas.


Comentaristas de toda laya han aparecido, desde politólogos, diputados, gobernadores, periodistas, influencers, funcionarios públicos, aspirantes a presidenta de la República y miles de tuiteros que arrojan sus librazos contra sus oponentes ideológicos. ¿Dónde están los maestros, que son quienes deberán utilizar estos libros? ¿Dónde están los sindicatos de maestros? ¿Dónde están los expertos en materia de educación? Casi no se ven. Pero sí se hizo notar un vociferante presidente del Partido Acción Nacional que, con sus declaraciones e invitación a los padres de familia de alumnos de todo el país a desechar los libros de texto gratuitos, provocó una retahíla de insultos y empeoró el ambiente político. Luego le respondieron los del partido en el poder, comparándolo con Hitler y Pinochet.


A estas alturas (agosto de 2023), los gobiernos de los estados de Guanajuato, Chihuahua y Jalisco suspendieron el reparto de libros y los dejaron en almacenes. Por otro lado, Marx Arriaga declaró que daría “la vida” por los libros de texto que apuntalarán la “Nueva Escuela Mexicana”.

Dejando a un lado los librazos, el punto central, los libros, no han sido revisados con ojo crítico, pues se han expuesto únicamente las falsas interpretaciones de sus detractores. Los tachan de “comunistas”, pero no he visto hasta ahora en ellos el “Manifiesto Comunista”, ni fotos del Che Guevara, que tanto espanta a la ultraderecha. Los dibujos del cuerpo humano siempre han estado presentes desde hace más de 45 años y no habría por qué espantarse de ello, pero hay quien sí se asusta. Se les endilga ideología y adoctrinamiento, sin conocer realmente la obra de Pablo Freire, que es el “ideólogo” de estos nuevos textos educativos y se enfocan más en el título de su libro “Pedagogía del oprimido”, como si eso fuese suficiente para levantar en armas a los oprimidos de este país. Ellos están contentos hasta ahora con lo que reciben de becas y ayudas a sus familias por medio del sistema de Bienestar que se ha enfocado en comprar sus votos más que en sacarlos de la opresión económica, al igual que en los tiempos neoliberales, tan satanizados hoy día.

La improvisación se nota en los errores garrafales hasta ahora encontrados y magnificados a más no poder en los medios electrónicos y digitales: una recta numérica con inconsistencias en los valores mostrados, un estado de la república equivocado en un mapa, órbitas de planetas traslapadas y a punto de colisionar, la supuesta desaparición de las matemáticas o el intento de usar lenguaje inclusivo, han sido las preocupaciones más relevantes. Que no le quieran llamar Matemáticas a una terrorífica materia es en realidad aberrante por no decir patético. Cambian los nombres de las antes llamadas asignaturas a gusto de la Cuarta Transformación, tan deseosa de pasar a la Historia, reescribiéndola y de paso encubriendo sus errores.

Sin embargo, el principal problema que tenemos ante nuestros ojos es el fracasado sistema de educación pública y no el libro de texto que hoy se defiende y ataca a capa y espada. La Secretaría de Educación Pública ha sido manejada únicamente por políticos desde hace al menos 50 años, no por educadores de gran talla, como José Vasconcelos, Agustín Yáñez o Jaime Torres Bodet. Después de ellos el abandono del sistema educativo ha sido consistente. Magra remuneración de los maestros, control político del magisterio, baja calidad de los contenidos en los programas educativos, poco mantenimiento a los inmuebles educativos y carencias materiales como baños decorosos, agua o incluso pizarrones, desidia de los padres de familia que no se involucran en la educación de sus hijos y cambios en el comportamiento social, que muestran una descomposición y caída de los valores que antes no permitía faltar al respeto a los maestros ni mucho menos, amenazarlos o ejercer violencia en ellos.

A pesar de que el presupuesto de educación en México es uno de los mayores en Latinoamérica, (que por cierto 95% se va en nómina magisterial y deja en ceros el equipamiento y mantenimiento de las escuelas), los resultados hasta 2018 eran deprimentes. Baja capacidad en comprensión de la lectura, ralos conocimientos generales y habilidades matemáticas, eran nuestras insignias.

Pero llegó la 4T y se derogó la mal llamada Reforma Educativa de 2013. Una vez canceladas las evaluaciones PISA y la de los propios docentes, es difícil saber si se alcanzó ya un lugar decoroso en el medallero educativo. Y tras la pandemia de COVID, donde dos años se perdieron y el rezago educativo se hizo más patente, no conocemos el impacto real en el aprovechamiento del alumnado mexicano. Lo que no se mide no se puede rebatir.

Para el gobierno actual, la estrategia fue crear 18 nuevos libros y refundar la escuela mexicana. Justo al arranque de la carrera por la presidencia de la República. Desafiando a la oposición y al poder judicial, el gobierno actual no cederá en imponer los libros. Muy bien. Ya empezamos a darnos de librazos.

Tirios y troyanos, no ceden en sus críticas y contra ataques. Ahora los libros de texto educativos son considerados una amenaza por unos y necesarios para otros, y no ve solución inmediata.  Pero la sociedad mexicana tiene ante sí una salida muy honrosa. Revisar los libros, hacer las acotaciones necesarias, tomar lo que sea valioso en ellos y complementar la educación de los niños y jóvenes con otras fuentes bibliográficas y digitales. Pero eso implica meterse a la escuela con sus hijos y hacer mancuerna con los educadores. En pocas palabras, convertirse en verdaderos defensores de la educación y así asegurarse que sus hijos no aprendan menos de lo que ellos medio aprendieron. ¿Sucederá? Lo dudo.

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